Caminaba distraída
inmersa en mis
pensamientos.
Él, por su lado,
intentaba recordar algo
evidentemente importante.
Direcciones opuestas.
Mundos paralelos.
De repente, el impacto.
Hombro contra hombro
en nuestro ángulo
izquierdo.
Entonces, despertamos.
De nuevo en la Tierra.
Alzamos al unísono
nuestros ojos
en busca de una disculpa.
Y
ese instante
duró apenas unos segundos.
O toda la vida.
El
suficiente para descubrir
nuestra mutua existencia.
El
suficiente para seguir
cada cual su camino,
con un
a sonrisa en
la boca
y la mirada del otro
clavada en la retina.
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